Una noche, iluminada por estrellas, en compañía de ovejas, ganado, y un desconcertado José, María tenía sus ojos puestos en la cara de su hijo recién nacido. Ella, de seguro, estaría cansada. Probablemente, hasta adolorida del parto. Lista para recostar su cabeza en la paja… y dormir el resto de la noche, María quería ver SU CARA primero.

Quería limpiar la babita de su boca, y sentir el contorno de su barbilla. Quería ser la primera en susurrar, “¡Así es la cara de Dios!”

La gente siempre se ha preguntado acerca de la imagen de Dios. Las sociedades han especulado. Las tribus han meditado. Y hemos llegado a un sin número de conclusiones. Dios ha sido retratado como un becerro de oro, o un viento violento, y un volcán furioso. Piensan que Él se pone alas, respira fuego, se come a los niños, y demanda penitencia.

Nos hemos imaginado a Dios, como feroz, mágico, caprichoso, y maniático. Un dios que debemos de evitar, de temer, y aplacar. Pero nunca, en nuestra imaginación más loca, podíamos haber considerado que Dios entraría al mundo como un bebé.

Juan 1:14 dice, “Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria (la gloria que corresponde al unigénito del Padre), llena de gracia y de verdad.” La Palabra no se volvió un torbellino o un fuego devorador, sino en un sola célula, en un huevo fertilizado, en un embrión – en UN BEBÉ.

La placenta lo alimentaba. Un saco amniótico lo rodeaba. El creció del tamaño de un puño. Su pequeño corazón dividido en cavidades. Dios se hizo carne. Jesús entró a nuestro mundo como un ser humano.

Él tuvo que soportar la pubertad, las espinillas y granitos, el calor, y los vecinos cascarrabias. Dios se hizo humano de pies a cabeza. Dios suspendió las estrellas y separó los mares. Sin embargo, fue amamantado por un pecho, y durmió sobre heno. ¿Por qué vino Dios desde tan lejos?

Dios quiere que sepas que Él entiende cómo te sientes. Él se ha enfrentado a lo que tú te enfrentas. Jesús está al tanto de tu realidad. Él ha pasado a través de debilidades y pruebas. Él lo ha experimentado todo. TODO, menos el pecado. Acércate a Jesús, y acepta lo que Él está listo a darte. “Recibe Su misericordia. Acepta Su ayuda.”

Ya que sabes que Él te comprende, puedes ir confiadamente a Él. Y gracias al milagro de Belén, tú puedes contestar estas preguntas esenciales: ¿Le importa a Dios si estoy triste? Mira la cara de Jesús surcada por las lágrimas mientras Él estaba de pie ante la tumba de Lázaro.

¿Se da cuenta Dios cuando tengo miedo? Nota la determinación en los ojos de Jesús a lo que marcha a través de la tormenta para rescatar a Sus amigos. ¿Sabe Dios si estoy siendo ignorada o rechazada? Encuentra la respuesta en los ojos compasivos de Cristo cuando está parado defendiendo a la mujer adúltera.

Hebreos 1:3 dice que Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Él es la imagen misma de lo que Dios es. Jesús mismo dice en Juan 14:9, “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre.”

Esencialmente, Jesús está diciendo “Cualquiera que me ha visto llorar, ha visto al Padre llorar”. “Cualquiera que me ha visto reír, ha visto al Padre reír.” “Cualquiera que me ha visto decidido, ha visto al Padre decidido.” ¿Quieres ver a Dios? ¡MIRA A JESÚS!

En 1926, el Dr. Jorge Harley fundó una misión médica cerca de la Tribu Mano de Liberia. Los de la zona estuvieron muy receptivos al doctor, y lo ayudaron a construir la clínica y la capilla. Con el pasar del tiempo, Harley había curado a más de diez mil pacientes.

Sin embargo, durante los primeros cinco años, ni una persona de la tribu se presentó a la capilla.

Poco después de que el doctor y su esposa llegaran, ella dio a luz a Robertito, su primer hijo. El niño creció cerca del bosque. Él era la adoración de sus padres. Harley siempre decía, “¡Cómo queremos a nuestro chiquito lindo!”

Pero un día, cuando Robertito tenía casi cinco años, Harley miró por la ventana del dispensario médico, y vio a Robertito que venía corriendo. Pero se cayó. Luego se levantó, y comenzó a correr otro tanto, y se cayó de nuevo. Pero esta vez, no se pudo parar. Harley salió corriendo, y cargó el cuerpecito febril de su propio hijo.

Lo mantuvo en sus brazos, y le dijo, “Robertito, no te preocupes. Tu papi sabe cómo tratar esta fiebre tropical. Él te va a ayudar a mejorar.” El Dr. Harley probó todos los tratamientos que conocía, pero no sirvió de nada. ¡La fiebre no bajaba! Y al poco tiempo, Robertito se murió. Sus padres quedaron desolados.

El misionero fue a su taller y construyó un ataúd. Harley puso a Robertito dentro del ataúd, y clavó la tapa. Levantó el ataúd en su hombro, y caminó hacia un claro del bosque y encontró el lugar donde cavar una tumba. Uno de los ancianos de la tribu lo vio, y le preguntó acerca de la caja.

Cuando Harley le explicó que su hijo había muerto, el anciano se ofreció a ayudarlo a cargar el ataúd. ∐ El Dr. Harley le contó A UN AMIGO lo que pasó después. “Así que el anciano tomó un extremo del ataúd y yo tomé el otro. Eventualmente, llegamos al claro del bosque. Cavamos la tumba ahí, y pusimos a Robertito en ella.

Pero cuando cubrimos la tumba, ya no pude aguantar más. Caí de rodillas en la tierra y comencé a sollozar incontrolablemente. Mi amado hijo estaba muerto, y ahí estaba yo en medio de una jungla africana a ocho mil millas de mi casa, y de mis familiares. ¡ME SENTÍ TAN SOLO!

Pero cuando comencé a llorar, el anciano ladeó su cabeza en asombro. Se puso de cuclillas al lado mío, y me miró intensamente.

Por largo rato, se quedó sentado escuchándome llorar. De repente, él se levantó y se fue corriendo por el sendero a través de la jungla, gritando, una y otra vez, “Hombre blanco, hombre blanco… El llora como uno de nosotros.”

Esa noche, mientras Harley y su esposa lloraban la muerte de su hijo, tocaron a la puerta. Harley abrió la puerta. Ahí, de pie, estaba el jefe de la tribu y casi todos los hombres, y mujeres, y niños de la aldea. Regresaron de nuevo el domingo siguiente, y llenaron la capilla hasta rebosar. Ellos querían escuchar acerca de Jesús.

Todo cambió cuando la gente de la aldea vio las lágrimas del misionero. ¡TODO CAMBIA CUANDO VEMOS LA CARA DE DIOS! Jesús vino con lágrimas también. El conoce el peso de un corazón quebrantado. El conoce el dolor que esta vida puede traer. Él podía haber venido como una LUZ BRILLANTE o una VOZ EN LAS NUBES, pero Él vino como una Persona, como UNO de nosotros.

¿Te entiende Dios? Encuentra la respuesta en Belén. Mira adónde María miró. Mira la cara de Dios, Y TE SENTIRÁS SEGURA. Si el Rey del universo estuvo dispuesto a entrar a mundo de animales, pastores, y pañales, ¿no piensas tú que Él está dispuesto a entrar al tuyo? ÉL TOMÓ TU CARA con la esperanza DE QUE TÚ PUDIERAS VER LA SUYA.